LA PLAZA CANTÓ LOS CUARENTA
Pocas veces la Plaza de Mayo fue tan densa, multicolor, policlasista, racional y emocional a la vez, política, militante, humana, memoriosa, nostálgica, feliz, joven, madura y mayor todo junto, y con una visión fenomenal de la geopolítica que nos envuelve, sobrevuela, revolotea y se nos cierne.
Una plaza a la que solo le
faltó el acarreo, el chori y la coca, esos medios que tanto aborrece y odia la
oligarquía por expresión de inclusión y abrazo al otro, pero que hubiesen permitido estar a los que no pueden estar sin la
mano solidaria que les permita llegar. Pero estaban, se sentía que estaban, como
estaban los que no están porque los hombres solos, que estaban en otro lugar,
les quitaron derechos y humanos.
No fue una plaza, como
tantas veces, solo peronista, fue como nunca la gran plaza del campo popular.
Coincidencia o no, se dio el día que el presidente del imperio dominante, ignorando
el halo de muerte que lo envuelve definitivamente, era recibido por el poder
corporativo en el gobierno, casi como el paladín de las libertades, la justicia
y los derechos humanos.
Derechos humanos ignorados,
pisoteados, y sistemáticamente violados por imperio de ese imperio que
representan los dos presidentes, el del imperio, y el que le sirve.
Cuatrocientos, quinientos mil, vaya uno a saber cuántos. Recordando,
cantando, soñando y despertando para reafirmar la solidaridad, el amor, la paz,
la vida, el compartir. Abrazos, sonrisas y lágrimas por cientos de miles en la
Plaza del Pueblo le dieron al día nefasto la significación que la memoria
incólume eleva como edificación virtuosa sobre las cenizas de tantas
traiciones.
En otro lugar dos hombres
solos. Envueltos por el frío manto del cinismo y la hipocresía que los aísla de
lo derecho y humano, arrojan flores a un río. Quizás como un modo de recordarse
y reconocerse a sí mismos, y lo que representan, en las complicidades de tantos derechos y humanos
sepultados sin sepulcro en el mismo lugar.
Dos pobres hombres solos,
son el patético contraste entre un poder que se erige sobre la falsedad
absoluta, frente a un pueblo expresado por cientos de miles que se abraza, se
canta, se ríe, se llora, se esperanza, se alienta y se garantiza futuro desmintiendo
toda ficción que se construye como muralla que oculta explotación, esclavitud,
represión, despidos, pobreza, concentración, exclusión, miseria, privilegios,
bombardeos, muerte.
Dos pobres hombres que ni siquiera
son capaces de garantizar la paz de los sepulcros. Ni siquiera. Ni mínimamente.
Por eso arrojan flores a un río en vano y absurdo intento de redención.
La Plaza del Campo Popular
no giró en torno de las miserias de los hombres solos. No fue motivada por las
inferioridades de estas dos construcciones ficticias.
La Plaza cantó los
cuarenta para que el mundo sepa que los Derechos Humanos no son máscaras de
palomas que se colocan o se pintan sobre rostros de hienas. La Plaza cantó los
cuarenta para que caigan las caretas que se construyen desde las tapas de los
diarios y la televisión como un canto a la libertad y el derecho mientras se
persigue opresión, negación y sumisión para la desigualdad.
La Plaza cantó los
cuarenta con todos. Con todos los que sentimos, pensamos y hacemos un país, una
Latinoamérica y un mundo para todos. La plaza cantó los cuarenta por los que no están, por los que estamos, y por los que vienen. La plaza cantó los cuarenta por todos, incluidos los que fueron seducidos por los pobres hombres solos, pero que son sus víctimas, como todos.
La plaza cantó los cuarenta junto a las Primeras Damas del pueblo. Las Abuelas y las Madres. La plaza cantó los cuarenta junto a ellas para que el mundo sepa que Nunca Más es eso, Nunca Más, a pesar del poder que empuña y manipula a los dos pobres hombres solos.
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