Ocurrió un 16 de setiembre de 2007. Los despojados rompieron cadenas, arrancaron las rejas de las celdas del clientelismo, derrumbaron las paredes de la extorsión y el miedo, y volaron con alas de rebeldía y esperanza, despegando desde las mesas vacías de la pobreza extrema impuesta por la voracidad de los ángeles de la muerte, hacia las otras, las de las escuelas, en búsqueda de libertad, solidaridad, igualdad y justicia, en ellas tantas veces pregonadas.
Los dignos abrieron el arcón de sus memorias y encontraron los testamentos de sus abuelos que decían que el hombre puede tener hambre, nunca etiqueta de precio. Que los gigantes son un mito de los farsantes que empujan a hincar las rodillas; que erguidos somos iguales, y como aquellos un diecisiete de octubre, este dieciséis de setiembre, se pusieron de pié y corrieron, con las manos abiertas, a romper las puertas del presidio tapizadas con las espinas de las rosas marchitas y los puños cerrados de la soberbia y la infamia. Y como los abuelos de aquel diecisiete, este dieciséis, también pudieron. Y como sus abuelos, también corrieron … corrieron por los barrosos caminos del Chaco profundo, por las rotas calles del entramado social, por las coquetas plazas de los iluminados por el privilegio que nunca los toca … corrieron para sentir la fresca brisa de la libertad; de la renovada esperanza de haber conseguido lo que los abuelos de aquel diecisiete consiguieron. Y rieron, gritaron, se abrazaron, se reencontraron, se reconocieron, se besaron. También lloraron, lloraron lágrimas de alborozo frente al yugo sacudido, frente a las heridas que ya comienzan a cicatrizar. Se reconocieron poderosos, se descubrieron protagonistas de un hito libertario que marcará un quiebre entre el pasado y el presente ominoso y un futuro venturoso.
Se olvidaron por un instante del hambre, del desamparo, del desprecio y el abandono. Y mientras saltaban plenos de alegría brindaron, aun con las manos vacías, con imaginarias copas llenas, por la llegada de la ola que impulsaron para que barra con la mugre de las contaminadas playas de los Rabossi y los Zuletta, falsos profetas, farsantes, prostitutos soñadores de lujuriosos y orgiásticos festines de traiciones, empobrecimiento y muerte, hoy desnudos mostrando todas sus miserias con alforjas llenas de dinero, pero vacías de dignidad, conciencia, ética y moral. En consecuencia pobres, definitivamente pobres de la peor de las pobrezas, la de su devastado vacío interior.
Y siguieron bailando a lo largo del Chaco rico de riqueza que les fuera siempre negada; bailando con el corazón lleno y la panza vacía aguardando ansiosos el sol que ya asoma para iluminar este oscuro presente. Aguardando el cambio que, imitando a sus abuelos, protagonizaron para que al corazón pleno se sume la panza llena. No esperan shusi ni caviar, aguardan ansiosos el guiso “a la montenegrina” sustancioso, caliente, rico y generoso, que ellos este dieciséis comenzaron a cocinar a olla destapada con pimienta blanca, porotos negros, y también radichetta, pero de la mejor.
Los dignos abrieron el arcón de sus memorias y encontraron los testamentos de sus abuelos que decían que el hombre puede tener hambre, nunca etiqueta de precio. Que los gigantes son un mito de los farsantes que empujan a hincar las rodillas; que erguidos somos iguales, y como aquellos un diecisiete de octubre, este dieciséis de setiembre, se pusieron de pié y corrieron, con las manos abiertas, a romper las puertas del presidio tapizadas con las espinas de las rosas marchitas y los puños cerrados de la soberbia y la infamia. Y como los abuelos de aquel diecisiete, este dieciséis, también pudieron. Y como sus abuelos, también corrieron … corrieron por los barrosos caminos del Chaco profundo, por las rotas calles del entramado social, por las coquetas plazas de los iluminados por el privilegio que nunca los toca … corrieron para sentir la fresca brisa de la libertad; de la renovada esperanza de haber conseguido lo que los abuelos de aquel diecisiete consiguieron. Y rieron, gritaron, se abrazaron, se reencontraron, se reconocieron, se besaron. También lloraron, lloraron lágrimas de alborozo frente al yugo sacudido, frente a las heridas que ya comienzan a cicatrizar. Se reconocieron poderosos, se descubrieron protagonistas de un hito libertario que marcará un quiebre entre el pasado y el presente ominoso y un futuro venturoso.
Se olvidaron por un instante del hambre, del desamparo, del desprecio y el abandono. Y mientras saltaban plenos de alegría brindaron, aun con las manos vacías, con imaginarias copas llenas, por la llegada de la ola que impulsaron para que barra con la mugre de las contaminadas playas de los Rabossi y los Zuletta, falsos profetas, farsantes, prostitutos soñadores de lujuriosos y orgiásticos festines de traiciones, empobrecimiento y muerte, hoy desnudos mostrando todas sus miserias con alforjas llenas de dinero, pero vacías de dignidad, conciencia, ética y moral. En consecuencia pobres, definitivamente pobres de la peor de las pobrezas, la de su devastado vacío interior.
Y siguieron bailando a lo largo del Chaco rico de riqueza que les fuera siempre negada; bailando con el corazón lleno y la panza vacía aguardando ansiosos el sol que ya asoma para iluminar este oscuro presente. Aguardando el cambio que, imitando a sus abuelos, protagonizaron para que al corazón pleno se sume la panza llena. No esperan shusi ni caviar, aguardan ansiosos el guiso “a la montenegrina” sustancioso, caliente, rico y generoso, que ellos este dieciséis comenzaron a cocinar a olla destapada con pimienta blanca, porotos negros, y también radichetta, pero de la mejor.
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