
Por Carancho Ramirez
Amanece en La Ciudad de Los Carros, y un viento memorioso acumula en las veredas del poder, un sedimento negro que parece extraído del magma del subsuelo chaqueño.
Es Humus de tierra esquilmada, ceniza de monte talado, rastrojo de chacra abandonada. Es polvo de tapera vieja, aserrín de chimenea apagada, de pueblos fantasmas, de sueños rotos.
Es oro negro. Pepitas humanas que la impiedad del modelo rozista acumuló en lagunas y basurales, cuando el Angel Caído convirtió al estado provincial, en inmobiliaria del Chaco sojero. Castigados por el sol o soportando el frío, están allí, exigentes, a la espera que un orfebre enamorado moldee sus cuerpos macerados en el desamparo social y le de un destino a su condición humana.
Son valiosos. Tienen una historia de madrugadas y surcos; de hachas y picadas; de pisadero y quema, de crecientes y secas.
Los soles de enero marchitaron sus rostros, el agua de laguna percudió sus cabellos y la exclusión política y la discriminación social buscó mutilar su condición de sujeto histórico.
Pero sucios, vagos y tontos -al decir de la paquetería resistenciana- intuyen sabiamente que la picada abierta por Cristina y el Montenegrino, es el camino real que abrieron sus abuelos un día de Octubre.
Saben que en esta campaña electoral hay que profundizar la recuperación de los espacios institucionales, en donde están emboscados los enemigos de un modelo solidario y darle a nuestro gobernador las herramientas que moldeen este oro negro del suelo chaqueño.
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