A 35años del golpe y 28 de la caída del terrorismo y el regreso de la democracia, generaciones de argentinos no vivieron el horror de la barbarie. No tienen, felizmente para ellos, la imagen del desamparo de un pueblo frente a la locura de un estado que en lugar de garantizarle seguridad lo violaba, torturaba, mataba y desaparecía.
Sin un ejercicio sostenido, amplio y permanente de memoria, siempre se corre el riego de repetir dolorosas experiencias. No alcanza con el 24 de marzo. Todos los días. Con los niños en las escuelas, con la música, con la cultura, con todo y cada día debemos ejercitar la memoria para construir una democracia sólida.
Tampoco es suficiente que la memoria se agote en la difusión del horror y el castigo a sus responsables. Es de igual importancia tenerla en todos y cada uno de nuestros actos. Y sin fisuras ni matices debe estar presente en el ejercicio responsable de la política y los actos de gobierno. Volver a una cultura de verdad y justicia en el ejercicio de la política es la única manera de eliminar los duros rezagos de mentira, traición, y desprecio por la justicia y la verdad con la que los genocidas de las armas y los de las ideas impregnaron las instituciones, a buena parte de la sociedad argentina y especialmente a los rezagos de una clase política entreguista y claudicante que como el peor modelo fue preservada.
Por eso no es casualidad que todavía tengamos una democracia endeble. Endeblez que se expresa en algunos campos en que solo es una ficción. Es una deplorable ficción cuando se dice practicarla y se muestra una apariencia, pero en los hechos se usan las herramientas que ofrece, para el fraude, para la búsqueda de objetivos subalternos e inconfesables. Y esto es sumamente grave y funcional a quienes tratarán sin pausa de horadar los cimientos de toda construcción nacional y popular.
Así como en aquellos tiempos se justificó el exterminio agitando fantasmas de evitar que ideologías extrañas se instalaran en nuestra patria, solo como excusa para entregarla a intereses extraños al servicio del imperio yankee y sus agentes locales, hoy personaje vinculados a esos mismos intereses estrechan filas para combatir a un gobierno que ha reconstruido un modelo nacional y popular total y absolutamente contrapuesto al de los piratas de ayer, hoy y siempre.
Para sostenerlo, que es sostenernos, ejercitemos la memoria y seamos implacables en el cuidado de las instituciones. Seamos implacables en defensa del ejercicio de la política como el camino hacia la solidificación de la democracia. Pero seamos aun más implacables en el castigo a quienes bastardean la política usándola en contra de los intereses colectivos.
Es absolutamente indispensable que quienes se proponen para llevar adelante la representación del pueblo, en todas las áreas del estado, sean honestos, éticos y leales. Y aquí no hay grises. Y no los admitamos.
Solo así construiremos una sociedad y una clase dirigente donde los dignos no se silencien, porque los inmorales aturden vomitando palabras.
Sin un ejercicio sostenido, amplio y permanente de memoria, siempre se corre el riego de repetir dolorosas experiencias. No alcanza con el 24 de marzo. Todos los días. Con los niños en las escuelas, con la música, con la cultura, con todo y cada día debemos ejercitar la memoria para construir una democracia sólida.
Tampoco es suficiente que la memoria se agote en la difusión del horror y el castigo a sus responsables. Es de igual importancia tenerla en todos y cada uno de nuestros actos. Y sin fisuras ni matices debe estar presente en el ejercicio responsable de la política y los actos de gobierno. Volver a una cultura de verdad y justicia en el ejercicio de la política es la única manera de eliminar los duros rezagos de mentira, traición, y desprecio por la justicia y la verdad con la que los genocidas de las armas y los de las ideas impregnaron las instituciones, a buena parte de la sociedad argentina y especialmente a los rezagos de una clase política entreguista y claudicante que como el peor modelo fue preservada.
Por eso no es casualidad que todavía tengamos una democracia endeble. Endeblez que se expresa en algunos campos en que solo es una ficción. Es una deplorable ficción cuando se dice practicarla y se muestra una apariencia, pero en los hechos se usan las herramientas que ofrece, para el fraude, para la búsqueda de objetivos subalternos e inconfesables. Y esto es sumamente grave y funcional a quienes tratarán sin pausa de horadar los cimientos de toda construcción nacional y popular.
Así como en aquellos tiempos se justificó el exterminio agitando fantasmas de evitar que ideologías extrañas se instalaran en nuestra patria, solo como excusa para entregarla a intereses extraños al servicio del imperio yankee y sus agentes locales, hoy personaje vinculados a esos mismos intereses estrechan filas para combatir a un gobierno que ha reconstruido un modelo nacional y popular total y absolutamente contrapuesto al de los piratas de ayer, hoy y siempre.
Para sostenerlo, que es sostenernos, ejercitemos la memoria y seamos implacables en el cuidado de las instituciones. Seamos implacables en defensa del ejercicio de la política como el camino hacia la solidificación de la democracia. Pero seamos aun más implacables en el castigo a quienes bastardean la política usándola en contra de los intereses colectivos.
Es absolutamente indispensable que quienes se proponen para llevar adelante la representación del pueblo, en todas las áreas del estado, sean honestos, éticos y leales. Y aquí no hay grises. Y no los admitamos.
Solo así construiremos una sociedad y una clase dirigente donde los dignos no se silencien, porque los inmorales aturden vomitando palabras.
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