En este país supo haber Navidades con presos políticos y con madres desgarradas en las puertas de las cárceles y cuarteles militares, clamando por ver o saber algo de sus hijos desaparecidos.
En este país conocimos Navidades con mesas familiares vacías de comida y repletas de tristezas, mascullando con bronca los nuevos ajustes económicos que castigaban siempre a los sectores más débiles y vulnerables de la sociedad.
En este país atravesamos Navidades poniéndonos un abrigo porque nos querían convencer de que éramos parte del Primer Mundo y como allá, en el Hemisferio Norte, nevaba sobre los tejados, debíamos hacer muñecos de nieve aunque el termómetro marcara 40 grados de calor.
Hoy que llegamos nuevamente al día en que nos sentimos un poco más buenos y cordiales, más nostálgicos y memoriosos, la Nochebuena llega cargada de anuncios y presagios. Pero es el mismo país. Y no es el mismo a la vez.
De un lado, lo viejo, lo anacrónico, lo que empuja para atrás, lo que niega todo el tiempo, lo que repite una historia de desencuentros y agravios, que corta rutas, que habla de muerte, que añora lo peor del pasado lacerante de los argentinos.
Del otro, un pueblo manso como un pesebre, que quiere seguir creyendo y seguir creciendo, dejando atrás para siempre una historia donde los violentos del poder eran los que mandaban sobre nuestros sueños, sobre nuestras mesas, sobre nuestras vidas.
En este país llegamos hoy a una Nochebuena donde seguiremos sin estar en el mejor de los mundos, donde falta trabajo y sobran canallas, donde nos secuestraron a uno de los nuestros, Jorge Julio López y aún no lo encontramos, donde los medios de comunicación siguen concentrados como el poder económico del que forman parte, donde la redistribución de la riqueza balbucea sus primeras letras y donde la mala Justicia lanza dentelladas de vez en cuando, intentando liberar genocidas.
En este día es saludable recordar el país que fuimos alguna vez.
Los que vivieron los primeros años del peronismo, dicen que festejaban alegremente la sidra y el pan dulce de Perón y Evita, porque eran la mejor metáfora de la Patria justa, libre y soberana que estaban construyendo, y no porque con ello cubrían la cuota alimentaria. Pero vaya si eran un signo, un rumbo, una hoja de ruta para las utopías de un pueblo que sólo quería ser feliz y vivir en paz. Sin embargo, la oposición rabiosa de aquellos tiempos les martillaba al oído diciéndoles que el General era un dictador al frente de una dictadura y pintaba en los muros del resentimiento, “Viva el cáncer” para “esa mujer”.
Era la antiquísima lucha entre el amor y el odio, entre la vida y la muerte, entre lo justo y lo injusto.
Allí anda, reeditando aquel pasado, Elisa Carrió con sus ofensas y amenazas, una presunta “moralista cívica” a la que siempre habrá que recordar su pasado de miembro judicial de la más cruel asociación ilícita que hayamos padecido en este país. Hablamos de la última dictadura militar, esa que seguramente añora cuando desnuda sus ganas de atentar contra esta democracia que tanto nos costó.
No nos merecemos como sociedad que, frente a los anuncios de la presidenta Cristina Fernández, al calendario de trabajo y producción que reconstruye con el viento en contra, hoy respondan como responden los poderosos de siempre y sus fieles servidores mediáticos. Repiten la tragedia. Hablan con el mismo odio. Humillan a este pueblo y a nuestra condición humana.
Allí anda Cleto Cobos sorprendiéndonos ahora en uniforme de oficial de reserva del ejército de la dictadura que casi nos arrastró a una guerra con el hermano pueblo de Chile. Mientras desde los naufragios de la democracia se condenaba a Videla y el Cardenal Samoré transpiraba su llamado a la paz y las almas buenas clamaban por un abrazo entre hermanos, el pequeño hombre avanzaba decidido sobre las fronteras al frente de su tropa. Todo presente tiene su origen y la verdad que estremece un poco la fotografía de Cobos con uniforme verde oliva. ¿La vieron?
Allí anda Eduardo Duhalde, el ex vicepresidente de Carlos Menem, anunciando futuras derrotas para el Gobierno, de quien afirma “se sostiene sólo porque manda con dinero”. ¡Mira quién habla! Cual si fuese un “exitoso”, que se olvidó de su criatura preferida, el Fondo de Reparación del Conurbano, con sus millones de pesos a libre disposición, para gobernar precisamente, y mandar con mucha plata.
Pero en este país, a pesar de ellos, la esperanza sigue intacta en su anhelo de construir un país mejor.
La Argentina vuelve a estar encinta de un país más justo e inclusivo. Se alistan ya, decenas de miles de trabajadores para construir caminos y puentes, escuelas y hospitales, puertos y estaciones, rieles y astilleros, ahora que nuestros abuelos saben que nunca más se invertirán en ninguna timba los ahorros que les pertenecen por derecho propio.
En este país donde nos secuestraron 30.000 mil Azucenas, esta Nochebuena levantaremos las copas para brindar por la última nieta que las Abuelas de Plaza de Mayo recuperaron hace unas horas. Toda una señal de buenos augurios para la Navidad que está llegando.
Que duerman en paz esta noche, sus padres desaparecidos, Raquel Carolina Negro y Tulio Valenzuela, el militante que se fugó de sus captores para denunciar a Galtieri y a los dictadores, antes de desaparecer en sus garras definitivamente tiempo después.
Y que bajen la cabeza, al menos, los que nada hicieron para evitar su captura.
En este país, mal que les pese a los injustos de siempre, la defensa de los Derechos Humanos es una política de Estado desde el día aquel del 2003 en que un hombre llamado Néstor Kirchner, alzó el bastón de Presidente por los aires, contagiando alegremente el compromiso de construir un país mejor.
Nos merecemos entonces, una Feliz Nochebuena y una mejor Navidad para todos.
En este país conocimos Navidades con mesas familiares vacías de comida y repletas de tristezas, mascullando con bronca los nuevos ajustes económicos que castigaban siempre a los sectores más débiles y vulnerables de la sociedad.
En este país atravesamos Navidades poniéndonos un abrigo porque nos querían convencer de que éramos parte del Primer Mundo y como allá, en el Hemisferio Norte, nevaba sobre los tejados, debíamos hacer muñecos de nieve aunque el termómetro marcara 40 grados de calor.
Hoy que llegamos nuevamente al día en que nos sentimos un poco más buenos y cordiales, más nostálgicos y memoriosos, la Nochebuena llega cargada de anuncios y presagios. Pero es el mismo país. Y no es el mismo a la vez.
De un lado, lo viejo, lo anacrónico, lo que empuja para atrás, lo que niega todo el tiempo, lo que repite una historia de desencuentros y agravios, que corta rutas, que habla de muerte, que añora lo peor del pasado lacerante de los argentinos.
Del otro, un pueblo manso como un pesebre, que quiere seguir creyendo y seguir creciendo, dejando atrás para siempre una historia donde los violentos del poder eran los que mandaban sobre nuestros sueños, sobre nuestras mesas, sobre nuestras vidas.
En este país llegamos hoy a una Nochebuena donde seguiremos sin estar en el mejor de los mundos, donde falta trabajo y sobran canallas, donde nos secuestraron a uno de los nuestros, Jorge Julio López y aún no lo encontramos, donde los medios de comunicación siguen concentrados como el poder económico del que forman parte, donde la redistribución de la riqueza balbucea sus primeras letras y donde la mala Justicia lanza dentelladas de vez en cuando, intentando liberar genocidas.
En este día es saludable recordar el país que fuimos alguna vez.
Los que vivieron los primeros años del peronismo, dicen que festejaban alegremente la sidra y el pan dulce de Perón y Evita, porque eran la mejor metáfora de la Patria justa, libre y soberana que estaban construyendo, y no porque con ello cubrían la cuota alimentaria. Pero vaya si eran un signo, un rumbo, una hoja de ruta para las utopías de un pueblo que sólo quería ser feliz y vivir en paz. Sin embargo, la oposición rabiosa de aquellos tiempos les martillaba al oído diciéndoles que el General era un dictador al frente de una dictadura y pintaba en los muros del resentimiento, “Viva el cáncer” para “esa mujer”.
Era la antiquísima lucha entre el amor y el odio, entre la vida y la muerte, entre lo justo y lo injusto.
Allí anda, reeditando aquel pasado, Elisa Carrió con sus ofensas y amenazas, una presunta “moralista cívica” a la que siempre habrá que recordar su pasado de miembro judicial de la más cruel asociación ilícita que hayamos padecido en este país. Hablamos de la última dictadura militar, esa que seguramente añora cuando desnuda sus ganas de atentar contra esta democracia que tanto nos costó.
No nos merecemos como sociedad que, frente a los anuncios de la presidenta Cristina Fernández, al calendario de trabajo y producción que reconstruye con el viento en contra, hoy respondan como responden los poderosos de siempre y sus fieles servidores mediáticos. Repiten la tragedia. Hablan con el mismo odio. Humillan a este pueblo y a nuestra condición humana.
Allí anda Cleto Cobos sorprendiéndonos ahora en uniforme de oficial de reserva del ejército de la dictadura que casi nos arrastró a una guerra con el hermano pueblo de Chile. Mientras desde los naufragios de la democracia se condenaba a Videla y el Cardenal Samoré transpiraba su llamado a la paz y las almas buenas clamaban por un abrazo entre hermanos, el pequeño hombre avanzaba decidido sobre las fronteras al frente de su tropa. Todo presente tiene su origen y la verdad que estremece un poco la fotografía de Cobos con uniforme verde oliva. ¿La vieron?
Allí anda Eduardo Duhalde, el ex vicepresidente de Carlos Menem, anunciando futuras derrotas para el Gobierno, de quien afirma “se sostiene sólo porque manda con dinero”. ¡Mira quién habla! Cual si fuese un “exitoso”, que se olvidó de su criatura preferida, el Fondo de Reparación del Conurbano, con sus millones de pesos a libre disposición, para gobernar precisamente, y mandar con mucha plata.
Pero en este país, a pesar de ellos, la esperanza sigue intacta en su anhelo de construir un país mejor.
La Argentina vuelve a estar encinta de un país más justo e inclusivo. Se alistan ya, decenas de miles de trabajadores para construir caminos y puentes, escuelas y hospitales, puertos y estaciones, rieles y astilleros, ahora que nuestros abuelos saben que nunca más se invertirán en ninguna timba los ahorros que les pertenecen por derecho propio.
En este país donde nos secuestraron 30.000 mil Azucenas, esta Nochebuena levantaremos las copas para brindar por la última nieta que las Abuelas de Plaza de Mayo recuperaron hace unas horas. Toda una señal de buenos augurios para la Navidad que está llegando.
Que duerman en paz esta noche, sus padres desaparecidos, Raquel Carolina Negro y Tulio Valenzuela, el militante que se fugó de sus captores para denunciar a Galtieri y a los dictadores, antes de desaparecer en sus garras definitivamente tiempo después.
Y que bajen la cabeza, al menos, los que nada hicieron para evitar su captura.
En este país, mal que les pese a los injustos de siempre, la defensa de los Derechos Humanos es una política de Estado desde el día aquel del 2003 en que un hombre llamado Néstor Kirchner, alzó el bastón de Presidente por los aires, contagiando alegremente el compromiso de construir un país mejor.
Nos merecemos entonces, una Feliz Nochebuena y una mejor Navidad para todos.
(Escrito por Jorge Giles)
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