Espectacular éxito de Cristina en las Primarias. En realidad, y más allá de su enorme mérito, las mieles del triunfo debieran ser compartidas, y aunque parezca insólito, con los que se quedaron con las hieles de una aplastante y aleccionadora derrota.
Con esos a los que TN, Clarín, La Nación y la vocinglería de sus acólitos ungieron como los salvadores de la patria frente al tsunami destructor del kirchnerismo. Esos mismos que denostaron 6,7,8; que vituperaron a Víctor Hugo Morales, con el cargo de oficialista; esos que dijeron que los intelectuales, escritores, artistas, músicos y otras personalidades que expresaban su opinión favorable al Modelo Nacional y Popular, estaban todos contratados, pagos y guionados por el gobierno.
El resultado de estas elecciones es también mérito de ellos, porque ellos hicieron que muchos argentinos miraran 6,7,8, esa especie de archivo que no resisten y por tanto aborrecen; que escucharan a Víctor Hugo, sabiéndolo uno de los periodistas más creíbles; y prestaran su atención a pensadores y artistas que de pronto y sin depender del gobierno, y muchos sin ser peronistas, militaran por el nuevo rumbo de la argentina. Y así, sin discurso único, pudieran analizar con cabeza propia e identificar la infame manipulación y a sus ruines mentores.
Por eso, en estas elecciones primarias lo más importante no es el éxito del oficialismo. Lo fenomenal y altamente positivo es el fracaso de una campaña obscena, fraudulenta y malintencionada del poder económico por inducir a las clases populares a votar en contra de sus propios intereses.
El bombardeo de los propaladores y escribas al servicio de Magnetto Noble y Mitre, que hoy a falta de militares uniformados, aviones caza y cañones, apelaron a sus propios artilleros mediáticos, tenía por objeto horadar las mentes de las mayoritarias clases populares argentinas y convertirlas en sus propias victimarias con votos letales para sus intereses.
Quedó expuesto en toda su infamia el desprecio por la inteligencia con el montaje de una campaña agresiva, calumniosa y falaz gestada en las peores entrañas de la oscura argentina de la exclusión, la explotación, la inequidad, la insolidaridad y el golpismo.
Y también flotó en esa ciénaga lo peor de la política partidaria de la república. Todos, algunos miembros del establishment con estructura propia como Macri y De Narváez, otros convocados, como Llambías por Carrió; y los demás indignamente encolumnados, como Duhalde, Alfonsín y hasta Binner, hicieron méritos para que hoy los argentinos hayamos reaccionado en defensa propia.
Quizás si no nos hubieran despreciado tan torpe e impúdicamente, si hubiesen esgrimido propuestas para profundizar los cambios en marcha, y garantizado respeto por lo logrado, es posible que nuestra defensa hubiese sido menos aguerrida.
Pero no, pusieron todos sus peores recursos para que creamos que el plan que cobrábamos por el trabajo perdido nos transformaba en vagos mantenidos; que cuando recuperamos trabajo éramos clientes, no ciudadanos; que nuestros abuelos sin jubilación por trabajar toda la vida en negro –la mayoría para los sectores que ellos representan- no la merecían; que cuando la consiguieron fue injusto; que la exclusión de nuestros hijos de alimentos y educación era una regla normal porque es virtuoso que el mundo sea desigual; que la asignación universal que les asegura alimento y educación, que nos y los libera de pedir limosnas, viola ese virtuosismo y nos convierte en indignos.
Pero no nos lo creímos. Escuchamos esas otras voces que no debíamos escuchar, abrimos la ventana de nuestro pasado reciente, miramos en derredor nuestro presente, y vimos que en esta argentina estamos, existimos, somos visibles; y supimos que queremos quedarnos y seguir, nunca volver a ese pasado al que nos invitan sin tarjeta chica. A ese pasado de mesa chica donde nosotros mirábamos detrás del alambrado.
Por eso también ellos, desde su profunda ignorancia de nuestro tino, de nuestra dignidad, desde ese perverso espíritu cínico, construyeron este magnífico y exitoso fracaso de la mala fe, de la hipocresía, de la conspiración, que consagró el apabullante triunfo de Cristina y de las mayorías populares de esta nueva argentina.
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