Frecuentemente la militancia, en especial los jóvenes, se preguntan las razones por las que parte de la dirigencia política expresa lo peor de la sociedad.
En la mayoría de los hogares se inculca el respeto por la palabra, la verdad, la honestidad y el trabajo. Con esos valores salen los jóvenes a la vida en sociedad, casi cándidamente. Resulta que a los pocos pasos ven que la realidad es una pintura con variados matices y también agujeros negros.
Y en el campo de la política este cuadro se ve aún más desconcertante, borroso. Es allí donde el golpe a la confianza pega más fuerte. Y duele porque justamente se supone que la dirigencia surge de una selección. Los ciudadanos eligen. Elegir implica valorar, y valorar lleva a optar por los mejores.
Teoría. Pura teoría. La práctica expresa dramáticamente que en casos se opera una anti selección, o selección de lo peor.Y allí las preguntas: ¿por qué tantos tan malos?; ¿por qué los elegimos?; ¿los elegimos?; y, si no los elegimos, ¿quién los elige?
La respuesta, casi con culpa, de los que ya tenemos algunos años es: es el sistema. El maldito sistema. Lo decimos así, como si fuese una fatalidad: ¡es el sistema!.
Si, el sistema que hace que hombres dignos puedan ser comparados, o lo que es peor, cuestionados por oportunistas, pandilleros, defraudadores, estafadores de la fe pública. Y cuantas veces víctimas. Víctimas de conspiración y confabulación de los peores.
Confabulaciones en las que militan declarados inmorales para igualar hacia abajo con el objeto de que la sociedad pierda referencias.
Para igualar hacia abajo hay que elegir a los mejores y tratar de ponerlos al nivel de zócalo de los peores. Así la sociedad dirá: da lo mismo un estafador que un gran profesor.
Es de esperar que no lo consigan.
En estos días vemos en los medios una foto impactante si se le vincula con parte el título. Carlos Urlich ante lo que parece la mesa de entradas de un tribunal, junto a la imagen sufriente de la doctora Delia Gonzalez, y el empleado judicial tratando de entender de que se trata. Muchos no nos explicamos la opción de la doctora Gonzalez por estar donde está. Pareciera que ella tampoco. El título habla de una denuncia, y menciona una cifra: DOCE MILLONES. El empleado judicial quizás busque referencias al faraónico proyecto del Palacio Legislativo e imagina una confesión. Todo ello en razón que aún lo aguarda al diputado el proceso por los trece millones de su affaire con la faraónica obra.
Pero no. Insólitamente el hombre muestrario antisocial, viene a hacer una denuncia. ¡Urlich se presenta en tribunales, no para entregarse! ¡Viene a denunciar!
Es como mucho. Impresiona la tolerancia entre suicida y cómplice de la justicia, de los partidos responsables, y de los colegas legisladores. De todos los que no tienen empacho en ensuciarse con la tiña del encubrimiento. Y también de los que teniendo voz, guardan silencio.
Perón decía, conociendo muchos detestables como Urlich, que hay dos tipos de personas nocivas para la sociedad: los malos y los brutos. Y en casos estas dos condiciones podían darse en la misma persona.
Al respecto el general afirmaba que el malo puede rescatarse, porque la vida podría ponerle por delante alguna experiencia -generalmente dura- que le demostrara el valor de la bondad, y así rescatarlo.
El que no tiene retorno afirmaba Perón es el bruto, porque el bruto jamás puede llegar a apreciar otros valores que los de su propia codicia.
Y es esto perfectamente aplicable al diputado. Porque ha construido un patrimonio moral inversamente proporcional al material, arrasando y bastardeando cuanta institución tuvo oportunidad de asolar, ubicándose entre los íconos de lo que no se debe ser, ni hacer. Claramente malo, muy malo.
Pero además, su torpeza, producto de la fiereza con que la naturaleza se ocupó de la amalgama con que nutrió su calota craneana, lo diferencia levemente del noble asno. Diferencia que radica especialmente en la capacidad de esfuerzo e intuición con que cuenta el sacrificado animal. El asno, por supuesto.
Sin retorno diría el general, porque no solo es malo, sino además, bruto.
Es por esto que el miserable intento de igualar hacia abajo tomando como blanco de sus vilezas a uno de los funcionarios mas destacados de este gobierno es parte de una estrategia muy obvia.
Teté Romero. Militante con historia. Luchador sin concesiones. Hombre digno. Maestro a imitar, admirado por generaciones de alumnos y colegas. Compañero con todas las letras. Funcionario reconocido como pocos, aquí, y allá, donde no cualquiera se destaca.
Obio, muy obvio. Tenía que ser el elegido. El hombre con quién compararse.
¿Compararse cómo?; ¿Exhibiendo méritos, intelecto, ética, moral, historia...?.
Jamás. Malo, bruto pero con instinto de conservación, sabe que la única chance es igualar hacia abajo.
Bajar al mejor a nuestro nivel. Que la sociedad nos vea en el mismo escalón.
Quedará en el sub consiente colectivo que ambos fuimos denunciados por millonarias defraudaciones. Algunos pensarán que es malo como yo, pero también están los que piensen que siendo él tan bueno, actuando como yo, no seré yo tan malo.
Enlodemos, ensuciemos, así pareceremos más iguales.
Ese es el objetivo de igualar hacia abajo.
Y volvamos a la pregunta de nuestros jóvenes militantes: ¿Por qué los malos tienen espacio?;
¿Es el sistema? No. Ya no. Somos nosotros. El sistema somos nosotros. No todos, solo los que tenemos una pequeña cuota de responsabilidad y posibilidad de cambiarlo.
Somos nosotros.
Los que callamos frente a canalladas como las de los Carlos Urlich, los Ricardo Sanchez, los Angel Rozas. Los que callamos solo porque no nos tocó aún a nosotros, y quizás pensando que así, callando, no golpearán nuestra puerta.
Los que cuando la corrupción ataca a un compañero decente solo nos lamentamos, pero seguimos con lo nuestro, cuidando nuestra espalda. Ignorando que nuestros compañeros son nuestra espalda. ¿Resabios del no te metas?
Los que desde nuestro espacio solo tratamos de hacer lo mejor posible lo nuestro, al mejor estilo conservador, sin pensar que en muchos casos somos maquilladores, que los cambios profundos requieren modificaciones también profundas.
Decididamente somos nosotros, y en escala de creciente responsabilidad cuanto mayor es nuestra posibilidad de ser escuchados.
Nosotros podemos cambiar este sistema que permite que lleguen inmorales que pretendan igualar hacia abajo.
Igualmente, no debe ser Carlos Urlich el destinatario de nuestro esfuerzo. Porque él es -en esta coyuntura- solo uno de los arquetipos que emergen de la ciénaga. Es el producto de la falla del sistema. Es una de las sombras que proyecta la sociedad cuando su clima moral desciende condensando la mediocridad hasta convertirla en sistema, para que el rebelde parezca igual al lacayo, como el poeta al usurero.
Nuestro vigor debe dirigirse a recuperar la política al servicio del interés colectivo.
La política es la herramienta de transformación que tienen los pueblos. Y debe ser rescatada cuando es bastardeada por minorías que reptan en las entrañas del poder para ponerla al servicio de sus inferioridades.
Debemos plantear este debate junto a los jóvenes militantes con propuestas compartidas para que los ciudadanos no sigamos siendo rehenes de un sistema en el que entre cuatro paredes y otros tantos dirigentes impongan listas en las que colocan a estos operadores perversos que no trepidan en degradarse para saciar sus apetencias y las de sus amos.
La reforma política sin maquillajes es imprescindible para refundar la democracia participativa. Para que el poder pase de las cúpulas al pueblo.
No somos un rebaño, somos ciudadanos.
Actuemos como tales.
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