lunes, 21 de noviembre de 2011

AGROASESINOS S.A.
Desmontes y soja. El coctel criminal que prohija sicarios para su impunidad.
Un modelo de apoderación y vaciamiento de la tierra, que desaloja y mata vorazmente. Ese fue el asesino de Cristian Ferrerya. Y tiene nombres y apellidos. La expansión de la soja transgénica, la megaminería, la caña de azúcar y los negocios cuantiosos avalados por el estado son los asesinos de Cristian Ferreyra. Y tienen nombres y apellidos.
Tenía apenas 25 años y salió a la puerta cuando golpearon, en la casa de su amigo. Sabía que lo buscaban a él. Eran sicarios de empresarios que querían quitarle la tierra. La parcela donde vivió toda su vida. Donde tiró semillas y les dio de comer a sus animales. Estaba con Beatriz Juárez, su compañera. Y su niño pequeñito. Juárez es ella, como el verdugo. El verdugo es su tío carnal.


Cristian se desangró después de que un balazo lo tendió sobre la tierra que intentan robarle desde hace siglos. Y que le sorbió, despacito, a puro trago triste, la sangre que se le fue mientras Beatriz miraba huir a su tío. Que si no hubiera sido parapolicial de Ciccioli sería empleado del Estado o campesino despojado. No hay muchas más alternativas en Santiago del Estero.
A sangre y fuego, a topadora y bala, los van cercando en un espacio cada vez más pequeño. Arrinconados en un terrón yermo, van quedando los que sobreviven. Cristian Ferreyra, en su tierrita ancestral a 60 kilómetros de Monte Quemado, era dirigente del MOCASE. Vio cómo los terratenientes en expansión mandaban a sus alcahuetes a cerrarles los caminos, a amenazarles a los niños y a matarles los animales. El miércoles, en la fogosa hora de siestas, se lo cargaron de un escopetazo.
En Santiago se desmontaron 515 mil hectáreas entre 2003 y 2007. La soja es un pac man que devora y devora. Tierra y sangre.
El geógrafo Marcelo Giraud, graficó el avance: en 1996 había 95 mil hectáreas de soja en toda la provincia. Ahora llegó a 1,1 millón. Las tierras de los originarios, la de los campesinos que la cultivaron por generaciones, se ahogaron bajo el monstruo implacable.
En dos años fueron siete los crímenes en el saqueo aluvional de la tierra: los tres muertos de Jujuy, en los arrabales del ingenio Ledesma; Javier Chocobar en Tucumán; Roberto López, de la comunidad qom La Primavera de Formosa. Y en marzo, como un oscuro antecedente del asesinato de Cristian, Sandra Juárez murió de un infarto cuando se ponía delante de las topadoras en su tierra santiagueña. Tenía 33 años. Luchaba protegiendo su pacha de los transgénicos, las fumigaciones que envenenaban a sus niños, las policías y las parapolicías.
Las violaciones sistemáticas a los derechos humanos de los originarios, de los campesinos, de los chicos muertos por hambre, de los vulnerados muertos por las balas de sus policías, son escondidos bajo la alfombra persa del país que florece.
Nadie recuerda –o a nadie le importa- el derecho veinteañal que es el título de propiedad escrito en la tierra de quienes la trabajaron, justamente, más de veinte años. El poder político de Santiago del Estero avala por acciones y/o omisiones el avance de los leviatanes del agronegocio, de sus aliados económicos. El gobernador es el mismo. El mismo Gerardo Zamora que gobernaba en noviembre de 2007 cuando 33 presos de la cárcel pública de Santiago murieron incendiados por el fuego, intoxicados por el humo, atravesados por las balas.
Pero los responsables políticos nunca son responsables. Y mucho menos de la muerte de los pobres. Del asesinato de los desterrados. A los muertos del confín los olvidan en los escritorios, en los discursos y en las prensas oficiales.
El Mocase lo señala --en cuanto a la represión al campesinado-- como la continuidad del juarismo”.
Beatriz Juárez, 26 años, compañera de Cristian, testigo directo del asesinato, habló. Dijo: “Mi marido me dice vamos a pasear a la casa de Darío (Godoy). Estábamos conversando y llega Javier Juárez. Lo sale a atender el dueño de casa, Darío, y le dice yo quiero hablar con Cristian. Mi marido sale y estaban discutiendo porque él es empleado de Jorge Ciccioli el empresario que nos quería sacar de nuestras casas, vos no sos el dueño, le dijo, vos no sos de aquí, nosotros vivimos aquí y ahí no más (Juárez) le metió un tiro en la pierna izquierda a mi marido.
“(…) Yo me meto corriendo con mi hijo adentro porque él siempre lo amenzaba a mi hijo, que lo iba a matar, dos añitos tiene mi hijo. El asesino es mi tío es hermano de mi padre, siempre me ha tenido odio, rencor porque desde niña quería abusar de mí.
“(…) Cristian estaba muy mal, se desangraba, se desangraba y antes de llegar a Monte Quemado falleció.
“Hace casi un año que venimos con la lucha; desde que empezaron a venir topadoras, a tirarnos las plantas encima, nosotros hemos entrado en el Mocase. (…) Javier Juárez y Carlos Abregú son los matones de Ciccioli.
“Hacía tres años que estábamos juntos, nos habíamos hecho nuestra casa, vivíamos felices. Después empezó a venir esta gente y empezaron los problemas. Querían corrernos de ahí y quitarnos todo para utilizar esas tierras para sembrar algo, meter animales, no sé. Aquí se vive trabajando, se hacen postes, carbón, se crían animales, pero vienen ricos de otro lado y nos quieren sacar”.
Beatriz tiene la voz pequeña, con la resignación de la tierra, con la languidez del confín, de la siesta terrible.
Ahora está sola para frenar las topadoras. Sola con su niño solo. Sola en toda la tierra. Para que la vean los empresarios, los sojeros, los que gobiernan, los que brindan, los/las que escriben en los medios dominantes.
Para que la vean y ya no se atrevan a celebrar otra victoria sobre toda esta sangre.

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