viernes, 11 de septiembre de 2015

PODEMOS ELEGIR, PERO LAS REGLAS SON LAS REGLAS.

“El pueblo puede votar, puede elegir a sus dirigentes y gobernantes, pero las reglas son las reglas, y éstas no se tocan”. Con esta frase, y refiriéndose al referéndum griego, el ministro de finanzas de Alemania definió con trasparencia el pensamiento del poder respecto de las democracias y la autodeterminación de los pueblos. La síntesis es: “pueden elegir todo lo que quieran, pero la economía, la distribución de la riqueza y la renta, no están en juego,  eso lo decidimos nosotros”.



El poder que representa el ministro alemán es el mismo que en argentina está, con otros rostros, diciendo que lo único válido y cierto es aquello que está en línea con el interés de los grupos concentrados de poder, expresados hoy por los multimedios. Que esas son las reglas, y que todo lo demás y distinto que pueda darse como resultado, es producto del fraude.

Por eso, donde ganen los candidatos del poder, está todo bien. Aplausos, transparencia. Y donde no, hay que romper todo, deslegitimar y tachar de trampa y estafa todo. Porque la regla es que se puede elegir, pero los únicos que están dentro de las reglas para ser elegidos son quienes aceptan ser conducidos por ese poder.

Saben además que vivimos tiempos vertiginosos en los que, para el corto plazo, el efectismo es más importante que el contenido y la verdad. Es por eso que no importa tanto que lo que se diga sea cierto. Lo importante es que se lo diga y repita con la mayor reiteración y contundencia posible, así sea total y absolutamente falso. Porque lo que interesa a los objetivos dañinos, es que una porción de la sociedad, sea por necesidad de dar rienda suelta a sus propios prejuicios o rencores, sea para procesar sus fracasos e impotencia, sea por exceso de confianza o buena fe, tome esas afirmaciones temerarias y tendenciosas como la más absoluta y total verdad. Con eso el objetivo está cumplido. Si luego surge la falsedad parcial o total ya poco interesa.

Es por eso que se puso de moda que canales de alcance nacional destaquen un par de operadores con sus cámaras hacia provincias, como el Chaco por ejemplo y hagan un programa que muestre la peor cara que se pueda encontrar, siempre con la ayuda de serviles locales que preseleccionan y preparan las escenas para solo mostrar eso.

Entonces aparecen solo ranchos; carencia total y generalizada de agua  potable; todos los chaqueños son pobres; ni una sola obra realizada. Y lo hacen como si esas imágenes no fueran fotos, sino películas. Como si esa realidad se repitiera en cada hogar chaqueño, como si los ranchos fueran el único tipo de vivienda que existe en la provincia. Como si los pobres aún no rescatados e incluidos cubren toda la geografía de la provincia, como si las nuevas industrias fuesen una ficción, y fuese una provincia paralizada, sin movimiento, sin vida. Llegándose a negar lo evidente como lo es el alto grado de avance del acueducto más importante que se está realizando en la argentina, se ha dicho sin pudor que el acueducto no existe. Claramente estamos frente a un fraude a la confianza del televidente y un golpe artero a la buena fe de quienes ingenuamente aún creen que no existen mentes tan enfermas y miserables.

Luego, los resultados, que para el Chaco ya se tachan de fraudulentos -porque ni ellos tienen dudas sobre los mismos- nada tienen que ver con esas fotos que se intentan imponer tan burda, torpe y groseramente. Por eso en diez días el pueblo del Chaco, como en mayo, va a votar la realidad que vive y no esta ficción que el poder quisiera que crea que vive como para suicidarse votando a los soldaditos obedientes que sigan las reglas que le colocan al pueblo todo el peso de la carga y el sacrificio mientras otros se llevan los dividendos.

El pueblo del Chaco seguirá demostrando su convicción que las únicas reglas son las de la democracia, la autodeterminación y la libertad, y que el verdadero fraude es esa manipulación que se pretende de la realidad, y que tiene por objeto estafar a quienes en muchos casos con enorme buena fe y sensibilidad, pero con igual cuota de ingenuidad confían en la misma buena fe y transparencia que debiera caracterizar a los medios de comunicación. 

Sin embargo, es cada día más evidente que no son más que usinas que bajo el disfraz de medios de comunicación operan sin límites, sin pudor ni piedad a favor de las minorías de la explotación y el privilegio, y en contra de los intereses colectivos que hacen a la calidad de vida de las mayorías.

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