No puedo darle el gusto Sergio Vallejos en su
insólito pedido de que denuncie a mi hijo Maximiliano ante la canallada de la
que fue objeto solo porque ni a él ni a su padre han podido acusarlos con
verdad de ninguna inconducta.
Yo jamás me sumaría a semejante atropello siendo consciente de la realidad. Que la justicia haga lo suyo estoy totalmente de acuerdo, y aguardo que sea pronto.
Yo jamás me sumaría a semejante atropello siendo consciente de la realidad. Que la justicia haga lo suyo estoy totalmente de acuerdo, y aguardo que sea pronto.
Esperé que mi hijo haga el descargo al que lo
obligó el periodista Carlos Roberto Prette acusándolo
falsamente, poniendo en dudas su honorabilidad, en riesgo su
seguridad física y la de su familia mediante la publicidad de imágenes personales, privadas, y exponiendo
como ilegales los montos que pudiera haber percibido por la prestación de su
servicio al estado. Esperé que el haga su parte, porque no necesita mi hijo a
esta altura de su vida que yo lo defienda, aunque lo haría de ser necesario a
costo de mi propia vida.
Y no lo necesita porque desde que
salió del vientre de su madre, igual que sus hermanos, me tuvo para expresarle mi
amor eterno, darle calor, contención, educación, vestirlo y alimentarlo hasta
que a partir de sus 18 años comenzó a trabajar y se independizó con un bagaje
de herramientas que recibió de sus abuelos, sus padres y sus maestros. De
todos, recogió ejemplos de responsabilidad, recibió valores y patrones de
conducta, porque no estuvimos ausentes jamás.
No puede decir lo mismo usted Sergio Vallejos,
ya que como padre ausente, denunciado públicamente por la madre de su hijo, al
que según esa demanda reconoció después de dieciséis años, y al que le negó
alimentos incluso después de haberlo reconocido carga con la peor de las
mochilas como persona: el abandono de un hijo. Eso lo inhabilita a pretender
darme consejos, aunque éstos sean producto de ese canibalismo político que
practica como mandato biblico, descarada e impúdicamente.
Una vez más le digo Vallejos que no somos
iguales. Usted pretende traerme al chiquero en el que se mueve. Bajarme a la
altura de esas miserias que como padre muestra, pero no podrá jamás, porque yo
siento un enorme orgullo por cada uno de mis hijos, y por no haberles faltado
nunca, y me consta que cada uno de ellos también lo sienten por su padre.
Entonces, como verá Vallejos, ni en esto somos ni seremos nunca iguales, porque lo suyo es definitivo, sin retorno, sin cura.
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