lunes, 16 de diciembre de 2013

NO TE CREAS TODOS LOS APLAUSOS

En personas que circunstancialmente ocupan cargos de cierta relevancia, y especialmente cuando desde ellos tienen discrecionalidad para favorecer, es frecuente creérselas cuando reciben fuertes y sostenidos aplausos.
Debieran saber que así como los hay sinceros y honestos generados por el respeto que infunden por sus conductas, también los hay cínicos, interesados e hipócritas que solo buscan favores. Así como están los aplausos inerciales, por contagio, porque todos aplauden, y hasta por lástima.
De modo que es importante ser sensatos a la hora de inflamar el ego frente al golpeteo de palmas.
En la política, hoy y aquí, hay sorprendentes aplausos y aplaudidores que hasta ayer quemaban palmas ante otros destinos, y las congelaban frente a los actuales. Por quien ahora las baten con simulada fruición.
Esas cosas que tienen los hombres de escaso respeto por sí mismos.
Por eso sería bueno que quienes los reciben, sepan desconfiar de los aplausos.
Viene muy al caso una reflexión relatada por Eduardo Galeano en uno de sus libros, en la que refiere a un intento de entrevistar a Braulio Lopez, aquel cantor del dúo Los Olimareños. 
Dice Galeano que Braulio, la mitad de Los Olimareños, llegó al exilio en Barcelona. Llegó con una mano rota.
Sabía Galeano que Braulio venía de la cárcel de Villa Devoto en la que estuvo preso por portar tres libros: una bibliografía de Artigas; unos poemas de Machado; y, El Principito de Saint-Exupéy. 
Y que cuando estaba por ser liberado con destino de exilio, un guardiacárcel había irrumpido en su celda al grito-pregunta ¿Vos sos el guitarrero? 
Ante la afirmativa, a puro taconazo de bota le destrozó una mano.
Le ofrecí una entrevista cuenta Galeano. Esta historia podía interesar a la revista Triunfo para la que trabajaba exilado también.
Pero Braulio pensó un rato, se rascó la cabeza, y contestó: NO
Luego de una pausa, explicó. Esto de la mano se va a componer, temprano o tarde. Y entonces yo voy a volver a tocar, y a cantar. 
¿Entendés?
Y no quiero desconfiar de los aplausos. 

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