El peronismo nació cuando todavía los vecinos compartían la cálida relación que daban los cercos de ligustros o algún alambre tejido, solo para que no se mezclaran las gallinas, pero con portada para pasar de patio a patio, estar más cerca y disfrutar los juegos de sus hijos. Puertas abiertas, mates y charlas compartidas. Con sus lavaderos bajo el alero, y el alambre de colgar la ropa cruzando el patio, a la vista de todos.
En definitiva, somos hijos de un tiempo en el que vergüenza era robar, mentir, traicionar. Pero muy normal, transparente y liberador mostrarnos como somos, discutir, lavar la ropa a la vista, no ocultar alegrías ni pesares. Compartir, hasta nuestras broncas.
Será por eso que los peronistas tenemos cierta tendencia a no ocultarnos cuando discutimos o debatimos. Nos cuesta simular solo para parecer. Preferimos ser. Nos parece más normal que a otros decir lo que pensamos en voz alta. Entendemos que sirve para que se sepa que así somos.
Barrer bajo la alfombra no es lo nuestro, menos escondernos para lavar la ropa sucia. No creemos en la simulación ni vivimos de apariencias. Mucho menos en política. Ni especulación ni doble discurso. No necesitamos se nos interprete, somos auténticos.
Lo de Perón “somos como los gatos, no nos peleamos, nos reproducimos” no fue una frase. Efectivamente crecimos en el diálogo, el debate y la discusión. Ponemos vehemencia en la defensa de nuestras ideas, pero que nadie se preocupe por lo que puedan parecer excesos; es la pasión con que defendemos posiciones con un solo objeto: evitar que el camino que nos impone nuestra pertenencia pueda perder el rumbo. Y allí como soldados leales, pero con voz de militantes queremos aportar lo nuestro, sin dudar que tenemos derecho porque nos sentimos obligados por la historia, y así lo exigimos.
Es cierto que en la medida que nuestras responsabilidades se acrecientan respecto del conjunto por haber sido distinguidos por la voluntad popular con la tarea de gobernar, debiéramos encausar orgánicamente ciertos debates. Pero no por ocultarnos en la trastienda, sino porque la militancia, tan nuestra, merece un ámbito con capacidad de transformar en política activa la enorme fuerza creadora que la energía popular desarrolla. Quizás sea eso lo que nos falte. Pero esto no se logra con silencios más cercanos al descompromiso que a la responsabilidad. Se consigue con insistir en que se comprenda que nos sentimos parte, y que la pluralidad de voces es el clima que fertiliza y asegura nuestro crecimiento colectivo. Nunca microclimas excluyentes más cercanos a casonas con altos muros que al aire puro inclusivo de aquellos patios compartidos en esos barrios del peronismo que nos parió.
Protagonizamos sin dudas el mejor gobierno que reconozca la historia de esta provincia; dicho esto con resultados a la vista y sin menoscabo hacia otros buenos del pasado. Nos falta, y mucho, claro que sí. Pero vaya si entre todos los chaqueños no le hemos cambiado la cara a esta provincia sacándola de la más profunda postración en la que la sumieron los que nunca se cuestionaron nada, los que siempre lavaron la ropa sucia prolijamente a escondidas, y durante doce años barrieron montañas bajo las alfombras.
A nuestro modo, con algunos gritos, pero con trabajo, sacrificio, tesón y transparencia hoy estamos en un extraordinario camino de desarrollo con inclusión creciente plantando banderas de justicia social a lo largo de la provincia.
Sabemos en consecuencia, darle valor a lo importante por sobre la superficialidad de algunas críticas a nuestra manera de debatir, pelear… o reproducirnos.
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