Se dice que “los jueces hablan por sus sentencias”, lo que significa no solo reserva en sus opiniones respecto de las causas en curso, sino además y especialmente, que ellas reflejan la decisión que el sano juicio del magistrado impone para cada una.
Sin embargo, en Sáenz Peña hay un juzgado con todas las características de las maquinas expendedoras automáticas. Esas que poniendo el cospel correspondiente, se elige a voluntad de un menú preestablecido el producto deseado. Pero con un plus: esta máquina judicial es más versátil aún, aquí sí que el cliente, por supuesto el buen y selecto cliente, siempre tiene razón. En consecuencia el plato se prepara a gusto, y siguiendo sus instrucciones. Vendría a ser como una especie de factoría abierta a la participación del comensal seleccionado. No importa cuán extravagante sean las pretensiones, exóticos los ingredientes, ni horrible la apariencia final del plato. Lo único que interesa es que tanto el eventual comensal como el hombre de la toga salgan satisfechos y pipones.
Así funciona esta factoría judicial con un cocinero que en lugar del clásico gorro usa toga. En ella se cocinaron desde adopciones internacionales, liquidación de nuestra mayor aseguradora, sucesorios multimillonarios extra jurisdiccionales, y recientemente la convalidación de una estafa con venta de tierras aborígenes expresamente prohibida por la constitución. Todo esto entre otros infinitos churrascos al paso.
Está visto que no tiene límites el cocinero pirata de la toga. El menú es variado, y el soporte logístico de sus superiores, a la sazón responsables máximos de éste peculiar restó-juzgado, tampoco tiene límites. Quizás por los “bocatos” al dente que hayan saboreado, y mucho más allá de aquella participación personal que tuvieran en la elaboración del que les permitiera engullirse nada menos que el edificio en la avenida 9 de julio 236 de Resistencia.
Como empalideciendo al mismísimo y recordado Gato Dumas, el renombre internacional llegó, y contribuyó a que en España se conozca la existencia en Sudamérica, más precisamente en la argentina, de una ciudad llamada Sáenz Peña, en la que funciona ésta factoría donde se pueden saborear hasta bebés a precios razonables y con todos los papeles. Así, como un televisor, o una moto. Y estuvo todo bien. Impecable. El hombre fue casi condecorado por su maestría, sus habilidades, y el patriótico aporte a la difusión de nuestra ciudad.
También, aunque con menos exhibición mediática alrededor de doscientas familias vivieron sus virtudes de gran chef durante ya largos dieciocho años que permanece en el horno a fuego lento la liquidación de Cosecha, esa gran cooperativa de seguros que alguna vez fuera nuestra. Y que desde mil novecientos noventa y cuatro se fue partiendo y repartiendo en distintos banquetes a los que los únicos que no fueron invitados son los empleados. Eso sí, de tanto en tanto se sacudían los manteles para las migajas acallaran algunos gritos molestos. Cada vez menos por cierto, gracias al previsible y calculado paso del tiempo que entre depresiones y muerte va apagando no pocas de esas voces. Los que gozan de buena salud son los capitanes que en el caso aprovecharon las habilidades culinarias del entogado maestro para servirse el selecto plato del edificio de Cosecha Seguros ubicado en la mencionada avenida de nuestra capital. Para ello el arte culinario permitió que se diluyera entre sales, pimientas y hervores la condición de jueces y parte de todos. Por supuesto: Todo legal. Remate; Ofertas; Martillazo; Acta; Firmas; Sellos; Abrazos y vítores por la exquisitez del banquete.
Y llegó lo que parecía el premio mayor. Es asesinado el estanciero Manuel Roseo. Esta brutal muerte causó tristeza y estupor no solo entre los que lo conocieron como buena persona, sino en todos los chaqueños. Perdón, mejor dicho, en casi todos los chaqueños. Porque una selecta minoría vio en esta tragedia una oportunidad, y las oportunidades no se desaprovechan. Habrán pensado que este sí es ese tren que pasa una sola vez en la vida. Entonces montaron, subieron el restó al vagón cocina comedor y emprendieron el brutal viaje culinario. De Castelli a Sáenz Peña sin pudor ni escalas trajeron todos los ingredientes, arrancando impiadosamente todo lo pertinente. A fuego forzado en olla a presión comenzaron a salir los primeros platos. Pero a este fenomenal banquete había que ponerle una frutilla de aquellas. Y previendo que podría tratarse de un postre anticipado resultó necesario ponerle precio. Había que tasar y para ello nada mejor que los amigos. Del helipuerto del restó parte la nave para el durísimo trabajo de sobrevuelo. Más de tres horas de febril análisis de suelos, bosques e instalaciones a doscientos kilómetros por hora a trescientos metros de altura dan certeza minuciosa de cada centímetro de ciento treinta mil hectáreas. El altísimo riesgo corrido y la fenomenal exposición de ciencias aplicadas dan certeza que el precio justo por riesgo y trabajo es: veinticinco millones novecientos diecinueve mil quinientos cinco pesos.
El destinatario de este suculento postre no es ningún ignoto martillero de remates de electrodomésticos. No, este primer y privilegiado heredero sin ADN de Manuel Roseo es el mismo que bajó martillo, labró acta y dio legalidad al traspaso de los edificios de Cosecha Seguros, incluido el de 9 de julio 236. Casualidades de los sorteos seguramente. Casualidades que el peso de más de veinticinco millones, certificarán frente a la más fundada y contundente prueba en contrario.
Pero no, no fue este el bocado del retiro para disfrutar los manjares amasados, como buena parte de la ciudad esperaba. No hay saciedad para las pirañas afirman los ribereños. Y evidentemente siempre hay algún bajo hondo que da la oportunidad de una buena pesca. Aquí la carta es variada, y si hay pique cocinemos para los amigos de Bajo Hondo habría dicho usía. ¿Qué los hambrientos se quedan sin comer?, ¿Qué los dueños de la tierra, de los montes y de los ríos son condenados en este restó vip? A nadie importa. Sin sensiblería aquí se cocina “a piacere”, y solo para elegidos. Aquí sí que aplicamos el derecho de admisión. Y decidimos que las cinco mil hectáreas no son un plato para famélicos. Este plato merece comensales con capacidad de deglutir, engullir, y obviamente con capacidad de pagar lo que vale semejante manjar. En este restó y para este cocinero pirata con toga solo cuentan los ingredientes, ni ley ni constitución dan sabor a nuestras creaciones.
Este dramático caso fue descripto y escrito con sorna porque está mucho más allá de una cuestión normal con cierta desprolijidad como para creer que sus responsables puedan recibir con seriedad un comentario escrito en otro estilo.
Lo que ocurre en este juzgado es tan vergonzoso, tan conocido en todos los rincones de Sáenz Peña, tan antiético e inmoral que merecería no solo que este cocinero pirata con toga esté preso, sino también y especialmente los responsables del control bromatológico de esta cocina, para los que los insoportables olores nauseabundos que emanan de este antro son evidentemente aromas de los más selectos perfumes franceses.
Para que nadie que no corresponda se calce el sayo, este va a medida para el mal llamado Juez, Juan Zaloff Dacoff, y los tristes personajes que integran el también mal llamado –en estos tiempos- Superior Tribunal de Justicia.
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